domingo, 9 de junio de 2019

UNIDAD II. EL SISTEMA LITERARIO DE LOS AÑOS 50.BERNARDO KORDON






A comienzos de la década, en noviembre de 1953, nace la revista Contorno, dirigida por Ismael Viñas (1925). Sus integrantes son universitarios: David Viñas (1927), Juan José Sebreli (1930), Noé Jitrik (1928), entre otros que realizan una revisión del pasado argentino. 

Hasta 1955 la revista sólo se ocupa de temas literarios, en un programa de reordenamiento de la tradición argentina y marcar una nueva línea. Después del golpe de estado, Contorno se convierte en una revista de discusión política donde se examina la experiencia peronista y se buscan alternativas que conjuguen los ideales marxistas y existencialistas del grupo. 





En esta nueva organización del sistema literario, las lecturas fundamentales de Contorno marcan la centralidad de Roberto Arlt y Ezequiel Martínez Estrada, y el desplazamiento de Eduardo Mallea y Jorge Luis Borges. 









La década del cincuenta se caracteriza por una reformulación de los procedimientos del realismo que retoma las líneas abiertas por la literatura de Boedo, preocupada por dar cuenta del contexto social. Sus mayores exponentes son Bernardo Kordon (1915); Bernardo Verbitsky (1907-1979); Roger Pla (1912); y Beatriz Guido.



ACTIVIDADES: Buscar más información sobre los Grupos de Boedo y Florida. Por ejemplo: ¿Quiénes los integraban? ¿Dónde se reunían? ¿En qué época se conformaron estos Grupos? ¿Qué autores los habían influenciado?, etcétera.
-Elegir a los autores más representativos de cada Grupo y elaborar una ficha para cada uno de ellos.




A mediados de la década del cincuenta comienza la producción de Rodolfo Walsh (1927-1977), 

el creador de la novela de no-ficción en la Argentina. Si bien su primer libro es la compilación de tres cuentos policiales clásicos (Variaciones en rojo, 1953), muy pronto abandona los procedimientos más típicos del género: con Operación Masacre, de 1957, Walsh inicia una serie de textos -¿Quién mató a Rosendo? (1969) y El caso Satanovsky (1973)- en los cuales una investigación periodística (el fusilamiento clandestino de inocentes en el levantamiento del general Valle en junio de 1956, los asesinatos del sindicalista Rosendo Juárez y del abogado Marcos Satanovsky) sirve de punto de partida para la narración de hechos reales por medio de procedimientos ficcionales.




El 24 de marzo de 1977, a un año de instaurada la dictadura militar en la Argentina, envía su célebre "Carta a la Junta Militar"; al día siguiente es asesinado en la vía pública. Su cuerpo está desaparecido.






BERNARDO KORDON






Bernardo Kordon (1915-2000), narrador y ensayista argentino, nacido en Buenos Aires. Viajero incansable, ha recorrido buena parte de América, Europa y Asia, dejando testimonio de sus andanzas en textos como El teatro chino tradicional y Seiscientos millones y uno (1958), relativo a recorridos por la China posrevolucionaria en tiempos de Mao Zedong. En 1969 debió exiliarse una temporada en Chile por motivos políticos. Varias de sus narraciones fueron llevadas al cine.
Con una aparente querencia en el realismo y el costumbrismo, la influencia de la novela norteamericana contemporánea (notoriamente de John Dos Passos) y de aspectos del montaje cinematográfico, lo llevan a experimentar narraciones muy abiertas, donde prima la observación de la vida marginal, los pobres y los desclasados, los ambientes suburbanos y el mundo de la picaresca ciudadana. Fue un narrador singular, que algunos clasificaron "novelista social", aunque él prefirió definirse de “realista a muerte” y explicar, con sencillez “que la realidad lo comprende todo, incluye también cualquier fantasía. Sin realidad viviente no hay sueño posible". 







LA REALIDAD VIVIENTE



Berni "La manifestación" (realismo social)






El realismo en la Argentina llegó con posterioridad al naturalismo. Extraña originalidad histórica, que determinará una condición tardía y rudimentaria, en la narrativa y en sus discusiones teóricas entre 1930 y 1955 aproximadamente. Y hacía años que T.S. Eliot había afirmado -como luego lo harían esporádicamente muchos otros profetas- que la novela había concluido con Flaubert y Henry James, clausurando de ese modo la novela realista que procedía del siglo XIX. 



La verdad es que los parámetros literarios, europeos y norteamericanos, ya habían sido forjados cuando la página argentina aún estaba vacía. Y ese vacío se correspondía, de alguna manera, con nuestra geografía y nuestra política; el imaginario del desierto como espacio infinito de posibilidades se unía con fuerza a los derroteros optimistas de la joven Nación y a la fundación de una escritura propia. Pero también, habían sido sembrados los prejuicios sarmientinos de civilización o barbarie, junto al nacionalismo de Lugones, o al desacomodo de una identidad inmigrante, que se creyó ser diferente a latinoamérica y ciñó el futuro a la modernidad de sus grandes centros urbanos. La industria editorial y la demanda de un público lector surgieron, por entonces, como una especie de efecto de succión del vacío, posibilitando ríos de tinta en diarios, revistas, novelas semanales, traducciones, libros de colección y folletines. 


El atraso literario pareció compensarse con una proliferación extraordinaria de propuestas continuadoras y rupturistas. Ese proceso estuvo acompañado por la discusión entre el realismo y el antirrealismo. Por un lado, la influencia del naturalismo se caracterizó por su adscipción a la escuela zoleana, inclinándose hacia el socialismo reformista o anarquizante. De ahí que ciertas narrativas de Boedo -Castelnuovo, Barletta y Amorim-, aún sin proponérselo, continuaran estéticamente las escrituras nacionalistas de Gálvez y Wast. 


Por otro lado, el Modernismo se prolongaba en literatura de legitimación como “La gloria de Don Ramiro”, de Enrique Larreta, cuya escritura se entregaba sin resistencia a los modelos de prestigio hispánicos y a una autonomía del arte que no era precisamente la de las vanguardias. Fue necesaria la irrupción del grupo vanguardista de la revista “Martín Fierro” y de la disputa entre Boedo y Florida, para que se planteara la invalidez de las viejas recetas del realismo del siglo XIX. Muchas veces se ha señalado el año de 1926 como la fecha de aparición de tres libros, significativamente distintos entre sí, que hacen evidente el cambio en la escritura de la época: “Don Segundo Sombra” de Ricardo Güiraldes, “Los desterrados” de Horacio Quiroga y “El juguete rabioso” de Roberto Arlt. En la misma fecha, también vieron la luz libros de poemas que marcaban giros y contragiros, desde el ultraismo al nuevo realismo; por ejemplo, “La musa de la mala pata” de Olivari, “Versos de la calle” de Alvaro Yunque, “Tierra amanecida” de Carlos Mastronardi, “Días como flechas” de Marechal, “El violín del diablo” de Raúl González Tuñón. La poesía, como vehículo primordial de las vanguardias argentinas, ejerció una fuerte presión sobre los cambios de la narrativa, al abrir un espectro nuevo de la realidad y el lenguaje, que venía explorándose desde el psiconálisis, la filosofía del lenguaje y las ciencias. 



De ahí que fuera un novelista como Roberto Mariani quien desencadenará la polémica con su artículo “Martín Fierro y yo” , en el que hace referencia a la revista de Evar Méndez, que había publicado una crítica al realismo de Boedo, hecha por Santiago Ganduglia. Mariani -que también en 1926 había publicado “El amor agresivo”, aunque se lo recuerde casi siempre sólo por sus “Cuentos de la oficina”- se defendía explicando una nueva manera del realismo: “El realismo en literatura -decía- ha superado a Zola y se ha desprendido de incómodas compañías (de la sociología principalmente y de la tesis y de los objetivos moralizadores) al mismo tiempo que se desarrollaba vigorosamente con aportes nuevos o rejuvenecedores como el subconciente”. En este planteo ya está explícito el requerimiento contra el arte puro y el realismo tendencioso de la época, cuando afirma “nuestro arte no lo independizamos del hombre” y acusa al ultraismo de “desterrar de su arte puro elementos tan maravillosos como el retrato, el paisaje, los caracteres, las costumbres, los sentimientos, las ideas, etc. Es una desventaja y una limitación”. 

Por otro lado, las traducciones de los norteamericanos comienzan a ensayarse en la Argentina de aquella época, a cargo de escritores. Entre los traducidos están, por ejemplo, John Dos Passos y Erskine Caldwell cuyas obras señalan la necesidad de un realismo que no sólo lo sea de contenido sino también a través de una renovación instrumental y formal, dando cabida tanto al documentalismo, como al montaje, el fragmentarismo, el lenguaje cotidiano etc. Innovaciones que habían sido probadas en poesía y que habilitarán los trayectos futuros de la hibridación entre la ficción y la no ficción de Puig o Piglia, por ejemplo. Junto a las traducciones, llegan las discusiones teóricas e ideológicas entre surrealistas, formalistas y partidarios del realismo socialista de Rusia. Pero todo eso no hará que se valoricen, hasta mucho tiempo después y tarde, las propuestas de Mariani, ni el realismo lírico y transfigurador de Enrique González Tuñón, ni siquiera la bofetada realista de Roberto Arlt. 

Bernardo Kordon comienza su escritura en ese ambiente enrarecido por las miopías de las grandes editoriales y de los mismos escritores. Bernardo Kordon debería ser considerado un renovador de la literatura rioplatense de los años cuarenta, junto con el Alfredo Varela de “El río oscuro” y el Roger Pla de “Los robinsones”. Sus postergaciones, entre otras muchas, son casos de sustitución más que de mala comprensión, en el sentido de que no son casos aislados de injusticia literaria sino principalmente de construcción de un paradigma literario en la escritura argentina, paradigma sobreviviente. 

En un esfuerzo de imaginación, debemos trasladarnos a cuando el tranvía 31 recorría el empedrado de la Avenida Santa Fe, mientras todavía algunas ovejas “pastaban apaciblemente en los inolvidables campitos cubiertos de margaritas a un par de cuadras de la estación Ramos Mejía”. Ahí, hay un niño, Bernardo Kordon, que de los altos de la casa de su abuelo judío ve pasar los largos cargueros del Ferrocarril Oeste. “Mi madre -recordará muchos años después- me contó que de pronto yo anunciaba muy excitado: Pasó una mácara sola. Eso me enloquecía : la máquina sola, deslizándose como en un sueño, sin el esfuerzo de arrastrar vagones. Esa locomotora con su penacho de humo excitaba mi imaginación, pensando en viajes y aventuras...” (“Ver Encuesta a la literatura argentina”, CEAL, 1982) 

Esos viajes y aventuras se harán una realidad, tanto en su vida como en sus cuentos y novelas. Transformarán al escritor en un testigo de lo maravilloso, perdido en la maleza de los días, entre las derrotas ciudadanas. La locomotora estaba en marcha y lo llevó a ser primero colaborador de las revistas “Leoplán” y “Sintonía”, y, a los veinte años, a publicar su primer libro, "La vuelta de Rocha" (1936), editado por Claridad. Con él marcó el tono seco y exacto de sus relatos porteños, de marginales y desocupados, con un estilo que el diario “La Prensa” calificó, prejuiciosamente, de "predilección por lo tosco". Uno de esos ejemplares del primer libro sería abandonado, a propósito, por su autor, en un asiento del tranvía Lacroze, como para que iniciara ese otro viaje azaroso hacia un lector desconocido, imaginado “proletario y rebelde”. 

Del tranvía hasta su primer viaje, que fue a Brasil, no pasó mucho tiempo. La locomotora se deslizaba por el viaje que despliega viajes. Algo de todo ello, nos queda en ese relato perfecto de “Vagabundo en Tombuctú” (1961): “El telón se levanta y el mundo rueda en el eje de mi mesa de café. ¡Imposible detenerlo! Al alcance de mi mano pasan sitios ya perdidos en el recuerdo... Hasta estas piedras de París vienen hacia mí los puntos donde la tierra se hace especie y donde la mujer es canela. Entonces descubro que me falta la gente morena y el misterio de la desmedida naturaleza americana. Pues finalmente tengo mucho de americano en Europa, y poco de europeo desterrado en América. Enamorado de las brillantes locomotoras y vicioso lector de mapas, dejo ahora que el mundo gire alrededor de una mesa de café en París...” 




La primera novela de Kordon fue en 1940, “Un horizonte de cemento”. Enfocada en 24 horas de la vida de un linyera, abandona la clásica tercera persona y la perspectiva realista , neutral y omnisciente, para internarse en la subjetividad reconfiguradora de un yo para quien “lo más humano” es “contar sus cosas a otros y escuchar de ellos las suyas”. 

De ahí en más empezó a estructurar una especie de saga porteña: “Reina del Plata” (1947) , el ya mencionado “Vagabundo en Tomboctú” (1956), “Domingo en el río” (1960), “Vencedores y vencidos” (1965), “Hacele bien a la gente” (1968), “A punto de reventar” (1971), “Kid Ñandubay” (1971), “Bairestop” (1975), “Adiós pampa mía” (1978), “Historias de sobrevivientes” (1983).

"Porteño significa la pertenencia a un puerto, y esto significa abrirse al mundo entero", decía. Pensaba que el escritor es generalmente un testigo inconformista de la realidad, "lo que provoca que vaya preso en todos los sistemas". Y sobre todo que las existencias de los hombres no pueden ser juzgadas en términos de fracaso o éxito, sino en los términos que le impone la misma existencia, a la que él llamó, a pesar de todo, “la condición de aventura intensa y mágica”. 



Bibliografía Obligatoria para leer:
“VENCEDORES Y VENCIDOS” (NOVELA)
 


Recomendado: Filmografía basada en guión de B. Kordon 



El grito de Celina (1975) 

El ayudante (1971) 

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